NO HAY ECO QUE DURE 100 AÑOS

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En las últimas semanas he tenido varías charlas que me han ayudado a visualizar a profundidad y con claridad muchas de las cosas que antes no podía hacer por mis propios medios. 
Muchas de esas platicas han sido con una persona que tenía tiempo de no saber absolutamente nada. Hace tiempo dejé a una persona que sin saberlo nadie, formaba parte de mi pasado; o al menos así lo creí, porque al final de cuentas todos notaron su ausencia.

Shopenhauer decía que el sufrimiento más amargo que puede padecer el hombre,es el descontento con su individualidad: nada más cierto. 
Esta persona que deje en el pasado, fui yo en realidad.
Me perdí en lo infinito como lo expuso Kierkergaad. Puse mi vida en una pausa indefinida, no actué ni decidí conforme a mi self real. Muy por el contrario, basé mi vida en cuanto al self ideal. 

Antes solía vivir a un ritmo diferente. En un episodio de mi vida, solía hacer mis deberes y administrar mi dinero(proveniente de mi entonces recién negocio de juguetes).Cumplir con tales tareas me proporcionaban una satisfacción personal. El vender mi mercancía  para pagarme los gastos que ocupaba para mi universidad y otros tantos de índole personal;de igual forma me dejaban un ápice de satisfacción.
Solía despertar con una motivación día a día. Tenía Fé en una figura divina; misma que hoy por hoy le temo (y esto no es debido a los ecos de mi duelo reciente), pero al final de cuentas mi fervor en la palabra de Dios solía manifestarse. 
Disfrutaba de la lectura a solas, de los videojuegos, de las historias. Solía detenerme a mirar el cielo y disfrutar de aquella obra de arte tan sublime para la razón errática de las personas. De un momento a otro mi mirada dejó de hacerlo.
Con todo esto no quiero que la conclusión sea incorrecta. Lo cierto es que fui feliz antes de, fui muy feliz durante y soy feliz ahora.
De los ecos de mi duelo me quedo con las grandes lecciones  de mis errores. Por el hecho de no apegarme a mi individualidad, y moldear mi personalidad a una muy distinta; pensé, actué y recité palabras ajenas a lo que era.

He reído bastante en estas semanas que han transcurrido. He retomado mis proyectos personales. He alimentado mi conocimiento sobre mi carrera (mismo que espero pronto, sea manifestado en nuevas líneas que no provengan de mi Doxa). He cumplido con otros retos más personales que van desde bailar frente a un Kinect intentando imitar los pasos de los bailarines, hasta manifestar mi interés por una persona (ustedes ya sabrán a qué me refiero).

El reencuentro es satisfactorio,porque en él retomo todo aquello que dejé pendiente e inclusive puedo proporcionar el plus de la experiencia adquirida en estos años. Lo que concebí como la destrucción de mí realidad, hoy más que nunca, lo observo como una expansión de la misma.
Por esto último le ruego a mi self real una disculpa por dejarle perder en el infinito. Sin buscarme logré llegar hasta mí nuevamente, y así consolide la idea, que todo lo sucedido tenía que ser así. Qué las lagrimas valieron la pena. Las horas de angustia ahora son recompensadas por tiempos prolongados de paz; mientras observo el horizonte, acompañado del fresco de la noche y la sinfonía de los grillos.
Por supuesto que esto no quiere decir que de un día a otro me he recuperado. En ocasiones los psicólogos solemos utilizar una simple metáfora que consiste en ilustrar al dolor emocional, como una herida corpórea, y que como toda herida, con el tiempo y los cuidados pertinentes sanará. Si continuamos con está metáfora mi herida ya no está al rojo vivo, al contrario, el proceso de cicatrización ha comenzado. He remplazado las visitas al pasado por la apertura de mi presente, y en él encuentro las experiencias que  no me permití gozar por miedo a fracasar. 
En cierto punto le comenté a alguien:  elevamos tanto las expectativas, aportamos más en proyectos ajenos e incluso sobre etiquetamos a lo que no es propio cómo especial. Por esa razón al desprendernos de ese algo suele doler más. 


Nuevamente a mis lectores les digo que estos textos no son artículos basados en teorías y modelos que explican la conducta humana. Por ahora son de carácter personal. Invitando a mis colegas, a tomarse tiempo para renovar su comprensión en un sentido más humano y evitar la apatía, la dureza, severidad e intolerancia hacia nuestros pacientes. 
Cada persona cuenta con su propia historia. Cada quien conoce el origen de su sufrir.
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